¿Cuántos de nuestros lectores pueden recordar la primera profecía registrada en las Sagradas Escrituras? Pues bien, se encuentra en: "Pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la suya; ésta te herirá en la cabeza y tú le herirás en el talón" (Génesis 3:15). ¿Y cuándo se dio esa profecía inicial? No mientras nuestros primeros padres caminaban en obediencia y comunión con el Señor Dios, sino después de que pecaron contra Él y rompieron sus mandamientos. Tomemos nota de esto y meditémoslo cuidadosamente, pues como la primera mención de cualquier cosa en las Escrituras, es de gran importancia, ya que indica la naturaleza y el diseño de toda la profecía posterior. Esta predicción inicial, por lo tanto, no fue proporcionada por Dios mientras existía la dicha original del Edén, sino después de que ésta se había roto bruscamente. Fue suministrada después de que la humanidad se había rebelado y apostatado.
Y ahora una pregunta más difícil: ¿Cuántos de nuestros lectores pueden nombrar al primer Profeta de Dios mencionado en las Escrituras? Para encontrar la respuesta tenemos que acudir a la Epístola de Judas, donde se nos dice: "Y también Enoc, séptimo desde Adán, profetizó de éstos, diciendo: He aquí que el Señor viene con diez mil de sus santos para hacer juicio sobre todos, y para convencer a todos los impíos de todas sus obras impías", etc. (vv. 14, 15). Aquí vemos de nuevo el mismo principio ilustrado y el mismo hecho ejemplificado. El profeta Enoc vivió en un día de abundante maldad. Fue contemporáneo de Noé, cuando "la tierra estaba llena de violencia" y "toda carne había corrompido su camino (el de Dios) sobre la tierra" (Génesis 6:11, 12). El ministerio de Enoc, por lo tanto, se ejerció algún tiempo antes del gran diluvio, y fue levantado para exhortar a los hombres a abandonar sus pecados y anunciar la certeza del juicio divino que caería sobre ellos si se negaban a hacerlo.