Históricamente hablando, vivimos en una era dorada de la libertad de expresión. Documentos como la Declaración de Derechos de los Estados Unidos y la Declaración de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas brindan protección legal a la libertad de expresión en gran parte del mundo.
Y gracias a los avances tecnológicos en los medios e Internet, decir lo que pensamos y difundir nuestras ideas es más fácil que nunca. Estamos tan acostumbrados a hablar libremente que lo damos por sentado, olvidando que durante la mayor parte de la historia humana esta no fue la norma.
Necesitamos andar con cuidado porque nuestro derecho a la libertad de expresión es mucho menos seguro de lo que parece. Hoy, en todo el mundo, la censura está realmente en aumento.
Fuera de las democracias, la libertad de expresión está siendo erosionada por una combinación fatal de autoritarismo, fundamentalismo religioso y censura de alta tecnología. E incluso dentro de las democracias occidentales liberales, la fe en la libertad de expresión se está desvaneciendo.
Los efectos secundarios negativos de esta libertad son más visibles que nunca, desde la desinformación hasta el discurso de odio. Esta puede ser la razón por la que la libertad de expresión se considera cada vez más como una fuerza divisoria e incluso como una amenaza para la democracia misma. Y ahora hay llamadas constantes tanto de la izquierda como de la derecha para controlar antes de que sea demasiado tarde.
Pero la idea de que la democracia se puede salvar censurando la libertad de expresión se basa en un terreno histórico muy inestable. La historia está llena de ejemplos de funcionarios que pensaron que podían limitar la libertad de expresión sin dejar de disfrutar de una sociedad libre y justa, y fracasaron. La censura nunca marca el comienzo de una sociedad libre, sólo su final.